Ficción hereje para lectores castos

GIOVANNI RODRÍGUEZ.

(San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980)
Estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y editor del blog www.mimalapalabra.com.
Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en Diario La Prensa de Honduras. Leer más

jueves, 14 de mayo de 2009

Wilmerio Alberto Rivas Rivera

Para animar estos días previos a la aparición de mi Ficción hereje se me ha ocurrido ir presentando a algunos de los personajes principales. Empiezo hoy con un fragmento que permitirá conocer un poco a Wilmerio Alberto Rivas Rivera, estudiante primero de filosofía y más tarde de ingeniería industrial, carrera de la que se graduó y con la que consiguió un trabajo de inspector de planta en una maquiladora de ropa femenina, aunque finalmente optó por la enseñanza de las matemáticas en institutos de secundaria, según cuenta el verdadero autor de esta historia:
...A medida que el muchacho fue creciendo, la duda acerca de la existencia de Dios también crecería, y se mantendría vigente. Llegaría incluso, durante los años de su adolescencia, a fortalecerse, hasta desembocar en precoces conclusiones que ofrecían a todos aquellos que como él andaban por el mundo las respuestas exactas y definitivas acerca del mayor dilema en la historia de la humanidad.

Las persuasivas exposiciones orales que Wilmerio practicaba con sus compañeros de colegio no fueron, sin embargo, aceptadas por la mayoría de ellos, unos por el fuerte arraigo de sus principios cristianos inculcados en casa y llevados en el cerebro como un tatuaje indeleble y otros por un escepticismo paralelo al suyo, que si bien apuntaba a la no aceptación de los dogmas cristianos, tampoco reconvenía con sus teorías extremas, lo cual lo situaba, en medio de aquella cincuentena de adolescentes, como una figura que despertaba la desconfianza, la envidia e incluso la competencia intelectual en la mayoría, y como un héroe al alcance de la mano para una minoría deprimente.

Más tarde, cuando entrara a la universidad, su profesor de la clase de filosofía, ante sus frecuentes intervenciones para ponderar la inexistencia de Dios, le diría, ante el regocijo de todos sus compañeros de clase, la mayoría fervientes seguidores de las doctrinas cristianas, que el suyo no era más que un ateísmo de colegio, de ciclo común, para ser precisos, amparado solamente por algunas lecturas incipientes antes que en el profundo pensamiento adquirido por la humanidad a lo largo de toda la historia universal.

Toda la motivación acumulada durante los años previos conducentes a la concreción de su aspiración de convertirse en filósofo se vino abajo en los mortales cinco minutos que duró el regaño de su profesor, y decidió abandonar la clase y el período entero, sumido en una profunda depresión de la que por fortuna pudo recuperarse unas semanas después, reaccionando a tiempo para tramitar, antes que acabara el plazo, su carnet de lector en la biblioteca. Así que el tiempo disponible luego de la salida de su trabajo lo utilizaba para leer los viejos mohosos libros de filosofía disponibles en la biblioteca.

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