Ficción hereje para lectores castos

GIOVANNI RODRÍGUEZ.

(San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980)
Estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y editor del blog www.mimalapalabra.com.
Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en Diario La Prensa de Honduras. Leer más

jueves, 20 de agosto de 2009

Lectura casta de una ficción hereje

No se trata de alegrarse porque ante el examen de la crítica el libro salga bien parado sino tan sólo de que a medida que el tiempo pase surjan más lecturas atentas y despojadas de prejuicios, lecturas minuciosas y reveladoras, como esta de Sara Rolla que posteo a continuación:

Conocíamos el lado serio y metafísico -pero, afortunadamente, jamás solemne ni ruidoso- de la personalidad literaria de Giovanni Rodríguez, a través de su excelente obra lírica (le vengo siguiendo la pista desde que, hace unos cuantos años, me tocó ser jurado en varios concursos con los que se fue abriendo camino en esta selva oscura). Y no nos sorprende que en su novela recién publicada (Ficción hereje para lectores castos, Edit. mimalapalabra) muestre, como lo han hecho tantos grandes autores (Quevedo, paradigmáticamente), su vena humorística, la que se corresponde en forma tan natural con su carácter (sonrisa siempre en ristre e ingenio socarrón a flor de labios, como buen santabarbarense).
Celebramos la aparición de esta obra, que viene a confirmar que la narrativa hondureña de calidad no está muerta y que sigue asociada a una visión crítica y desmitificadora del ámbito nativo, mediante el filtro lúdico (Bähr, Escoto y Castillo son categóricos antecedentes).

El ánimo carnavalesco es notorio, pero no fluye en forma caótica sino muy controlada. Corre por cauces un tanto clásicos, aunque el ingenioso juego autoral que culmina en el “post scriptum” y las sutilezas intertextuales muestran el entronque con la mejor narrativa contemporánea.

Tanto en lo idiomático como en lo estructural, el texto está concebido y balanceado con extrema prolijidad, con un habilidoso aprovechamiento de recursos consagrados por la novela tradicional, como los paratextos empleados en el encabezamiento de los capítulos, de grata recordación para el lector inveterado del género.

Un juego estructural en clave cervantina preside la novela: el narrador es, en realidad, “editor” de un texto anónimo que ha llegado misteriosamente a sus manos. Y ya el título mismo anticipa dos elementos nucleares: la autorreferencialidad (se anuncia como “ficción” –no pretende crear una ilusión de vida- ) y el carácter burlesco (al caricaturizar tanto al texto como al lector).

De entrada, como vemos, irrumpe en la obra el juego metatextual. En el prólogo, el relator se “desentiende” de la autoría y deja flotando la duda sobre la misma, situación que anuda el inicio con el fin de la novela (el prólogo con el epílogo). Pero no sólo la autoría está en entredicho -las hipótesis en este sentido desembocan sorpresivamente en el excelente “post scriptum”-, sino también la verosimilitud de lo narrado: “vida ficticia o real”, “información o ficción” son los interrogantes que, apuntados en el prólogo, recorren la lectura de inicio a fin.
Por cierto, el plano de “lo real” asoma como un guiño a los conocidos del autor, cuando el “editor” de la historia menciona que fue empleado de la Secretaría de Cultura en el solar nativo, con lujo de referencias (año y cargo). Y también se pueden reconocer varios individuos y rincones del ámbito local en los que se basan los personajes y ambientes de la ficción.
Humor fino y grueso, irreverencia y naturalidad expresiva campean en esta novela, en la que el tono corresponde a la intención paródica. Hay un parentesco, consciente o no, con la picaresca. El tema del hambre, clásico del género, se destaca, junto al simbólico olor a mierda, en las brillantes páginas finales. Como en las grandes novelas de esa corriente, el texto pone, decididamente, el dedo en la llaga de una sociedad hipócrita.

En la trama de la obra hay una especie de “retrato del artista adolescente” en clave jocosa y múltiple. Por momentos, puede impresionar como una ficción un tanto ligera y frívola; pero, en definitiva, revela su condición de mascarada que deviene en una crítica feroz, de estirpe erasmista, de un territorio minado: el de la poderosa “industria de la fe”.

La experiencia de muchas y buenas lecturas y el oficio poético con sus exigencias de rigor expresivo abonaron el camino de esta primera novela de Giovanni Rodríguez. Su inicio en el género es más que auspicioso, y quedamos esperando más.

San Pedro Sula, 24 de junio de 2009