-La reunión de hoy es para la unción -dijo uno de los pálidos y pulcros muchachos.
-Unción de qué -preguntó Wilmerio.
-Unción del cuerpo con aceite para purificar el espíritu -dijo el segundo de los santos anfitriones.
-¿Qué tipo de aceite? -quiso saber Simón.
-Aceite de oliva -dijo el tercero.
-¿Del que se usa para las comidas? -siguió Simón.
-Sí -contestó el mismo.
-Ahhh -se oyó por parte de ambos.
-¿Hay que traer algún recipiente? -preguntó Wilmerio.
La Santísima Trinidad se vio sus tres caras interrogativas y al fin el segundo preguntó:
-¿Para qué?
-Para depositar el aceite, claro -contestó.
-No es necesario –volvió a decir el segundo-, la unción es solamente en la frente.
-¿Entonces la unción es con poquito aceite? –siempre Wilmerio.
-Sí –contestó la terna.
-Qué lástima –dijo Wilmerio, mientras Simón movía la cabeza, apesarado.
-¿Por qué? –preguntó la triple sacrosanta unidad.
-Hubiera sido bueno llevarse un poco para la cocina de la casa –contestó Simón.
-No, aquí sólo es la unción. A la casa nos llevamos el espíritu de Dios –aclaró el primero.
-¿Y Dios va a estar aquí esta noche? –preguntó Simón, ahora casi con un falsete que denotaba asombro e incredulidad.
-Dios siempre está con nosotros –respondió el tercero de los divinos siervos.
-¿Y con nosotros? –preguntó Wilmerio con preocupación evidente en la voz y en el rostro.
-También –contestó el trípode mental.
-Entonces nos vamos –dijo Simón -, ya que anda con nosotros.
-¿Van a venir por la noche? –se oyó de uno de los tres cristianos ilusos.
-Si Dios quiere –dijo Wilmerio, y Simón fue el primero en estallar en carcajadas ya en la calle, en donde los carros que pasaban no permitieron que su regocijo particular llegara a oídos del trío cuasi celestial.