Jorge Martínez escribió este recuento de títulos de la nueva narrativa hondureña en el blog de los
Poetas del Grado Cero:
La costa norte hondureña, particularmente San Pedro Sula, parece vivir un momento de entusiasmo literario. No se trata de una incipiente manifestación creativa, sino de un movimiento que se va delineando quizás como el más interesante de Honduras y uno de los más inquietos y maduros de Centro América. No es una generación, sino una confluencia de generaciones que ha producido un alumbramiento de diferentes matices: Rigor estético, innovación, tensión entre la pureza y la crudeza del lenguaje; más confrontativa que pusilánime, más de ruptura que acomodada; más interesada en encontrarse con sus cómplices literarios, que en imitarlos. Cómplices a veces relegados o desconocidos, pero siempre irreverentes, viscerales, sólidos y disonantes. La carencia de un parnaso literario y un sentido de orfandad se han fundido a los rasgos del costeño: descarado y festivo, vehemente y franco. A la intención de comunicar la íntima y absurda cotidianidad personal, se agrega el interés de recrear el propio entorno urbano, de ahí el prosaísmo, y la inclinación cada vez más persistente en novelar la ciudad con cierto desencanto.
Al leer Poff, de Darío Cálix; Las virtudes de Onán, de Mario Gallardo; Las causas perdidas, de Jorge Martínez Mejía; Ficción hereje para lectores castos, de Giovanni Rodríguez; Kathastrophé, de Gustavo Campos, entre otros; sentimos la sensación de algo fallido, percibimos la ruptura de los límites tradicionales de la literatura misma, la invasión de códigos ligados a la carencia de ideales; en fin, de algo agonizante o perdido.
Es el nacimiento de lo nuevo sobre lo anacrónico. No hay reivindicación ni preocupación social, sólo la presencia de una creciente miseria humana. El autor no encuentra motivo literario en el mundo exterior, sino en su interioridad, en sus sueños. Su locución personal está marcada por la intencionalidad antiliteraria de reducir al máximo los tradicionales recursos, y ensanchar el juego con la estructura de la obra, desordenándola a propósito o ridiculizando el “orden lógico”; fragmentándola para emular la incertidumbre de la época.
No es una literatura que pretenda ser recordada por la finalidad moral, sino por la destrucción de lo sublime. De ahí el prosaísmo y las licencias rompiendo el esquema de la lírica tradicional; la irrupción de un humor cínico, grosero, encerrado en el ámbito personal del autor mismo, apenas camuflado.
Se trata de una queja ante la barbarie, de un grito señalando la muerte de un perverso dominio de lo falso, de lo acartonado, del clisé, de la tradición presumida.
El rechazo al sentimentalismo y el desbordamiento de una actitud torva, impasible, antiparnasiana; la mofa al falso olimpo, a la lírica, a la estética, a la objetividad. El culto a la expresión salvaje y la bienvenida sin tapujos al YO triunfante del autor que retorna, después de andar perdido entre camisas, a su ÁLTER EGO REAL, es decir, a sí mismo.
La nueva narrativa de la costa norte no está en ciernes. Cabalga con el apocalipsis.