Pintura de Egon Schiele.
A Simón, nos cuenta el verdadero autor de esta historia hereje, le ocurrió algo muy importante a sus ocho añitos: tuvo su primera experiencia erótica en la vida, y eso, al parecer, lo marcó para siempre. Leamos un fragmento en el que el anónimo narrador de sus aventuras nos lo presenta como un aplicado aprendiz de pornógrafo:
Pasarían los años y Simón seguiría creciendo, y con él aquella semillita de perversión sembrada prematuramente por Gladisita desde sus ocho añitos. Poco a poco se fue haciendo de diversos insumos de la pornografía que, lejos de satisfacer sus obsesiones las multiplicaban, al grado de acostumbrarse con la más absoluta calma a la diaria doble y hasta triple masturbación. Coleccionaba naipes, revistas, contraportadas de un periódico los domingos, en donde aparecían chicas con cuerpos esculturales en diminutas prendas bajo el título sugerente de “El bombón dominical”, y otras cosas igualmente ilustrativas para los fines del muchacho. Fue el tiempo en que le dio también por empezar a escribir poesía. Escribía largos poemas ambientados indistintamente en los tiempos de Sade o en los actuales, en los que describía, valiéndose generalmente de hipérboles, escenas con alto contenido sexual.A la par de esta obsesión por la sexualidad que, hay que decirlo, nunca llegó a conocer a cabalidad (sus escarceos con Gladisita nunca llegaron a tanto), se dedicaba a leer cualquier tipo de información acerca del tema, lo que, lógicamente, supuso el inicio de la conciencia de lo irrelevante que resultaban los principios morales inculcados en la familia, a favor de la libertad absoluta de sus fantasías.Llegaba Simón a imaginar incluso, durante sus ratos de privacidad, a su propia hermana mayor en posiciones nada decorosas sobre su cama, desnuda y sin esa manía irrefrenable de hablar impunemente en todo momento y lugar. La imaginaba silenciosa, sumisa, con sus grandes pechos balanceándose a cada sacudida que él pudiera provocarle, hasta que alguien, su madre, su hermanito, quizá su misma hermana, venía a tocarle la puerta del cuarto para pedirle algo o encargarle alguna detestable tarea doméstica.
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