Ficción hereje para lectores castos

GIOVANNI RODRÍGUEZ.

(San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980)
Estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en el Valle de Sula. Es miembro fundador de mimalapalabra y editor del blog www.mimalapalabra.com.
Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en Diario La Prensa de Honduras. Leer más

sábado, 16 de mayo de 2009

Gustav Simón Detest

Pintura de Egon Schiele.

A Simón, nos cuenta el verdadero autor de esta historia hereje, le ocurrió algo muy importante a sus ocho añitos: tuvo su primera experiencia erótica en la vida, y eso, al parecer, lo marcó para siempre. Leamos un fragmento en el que el anónimo narrador de sus aventuras nos lo presenta como un aplicado aprendiz de pornógrafo:
Pasarían los años y Simón seguiría creciendo, y con él aquella semillita de perversión sembrada prematuramente por Gladisita desde sus ocho añitos. Poco a poco se fue haciendo de diversos insumos de la pornografía que, lejos de satisfacer sus obsesiones las multiplicaban, al grado de acostumbrarse con la más absoluta calma a la diaria doble y hasta triple masturbación. Coleccionaba naipes, revistas, contraportadas de un periódico los domingos, en donde aparecían chicas con cuerpos esculturales en diminutas prendas bajo el título sugerente de “El bombón dominical”, y otras cosas igualmente ilustrativas para los fines del muchacho. Fue el tiempo en que le dio también por empezar a escribir poesía. Escribía largos poemas ambientados indistintamente en los tiempos de Sade o en los actuales, en los que describía, valiéndose generalmente de hipérboles, escenas con alto contenido sexual.

A la par de esta obsesión por la sexualidad que, hay que decirlo, nunca llegó a conocer a cabalidad (sus escarceos con Gladisita nunca llegaron a tanto), se dedicaba a leer cualquier tipo de información acerca del tema, lo que, lógicamente, supuso el inicio de la conciencia de lo irrelevante que resultaban los principios morales inculcados en la familia, a favor de la libertad absoluta de sus fantasías.

Llegaba Simón a imaginar incluso, durante sus ratos de privacidad, a su propia hermana mayor en posiciones nada decorosas sobre su cama, desnuda y sin esa manía irrefrenable de hablar impunemente en todo momento y lugar. La imaginaba silenciosa, sumisa, con sus grandes pechos balanceándose a cada sacudida que él pudiera provocarle, hasta que alguien, su madre, su hermanito, quizá su misma hermana, venía a tocarle la puerta del cuarto para pedirle algo o encargarle alguna detestable tarea doméstica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario