Hernán Antonio Bermúdez
“Los niveles insoportables de alienación y fanatismo que había adquirido la sociedad en los últimos tiempos”.
(Capítulo 1)
El eje de la narrativa hondureña parece haberse desplazado a la costa Norte. Tras la reciente publicación del excelente libro de relatos Las virtudes de Onán (2007) de Mario Gallardo, surge ahora la novela Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez, de apenas 29 años de edad, y conocido como el audaz editor de mimalapalabra. En ambos libros San Pedro Sula, fenicia y violenta, refulge en el trasfondo, y su influjo se extiende a “los campos bananeros cercanos a la ciudad”.
Pero en esta ocasión no se trata de una novela bananera, ni mucho menos. Lejos de ello, y al igual que Gallardo, Rodríguez evita minuciosamente los nefandos ejercicios de realismo mágico (o, peor aún, de realismo socialista), cuya pobrísima floración en nuestra literatura no ha dado más que textos insípidos y obras de contextura cadavérica.
Si bien el narrador de Ficción hereje para lectores castos afirma que se trata de una “…pequeña historia para retratar a la sociedad ultra conservadora, mojigata y corrupta que tenemos en este país profundo”, aquí no hay lugar para el panfleto político ni para el regodeo testimonial. Se está en presencia de una novela imaginativa, plena de invención verbal y desenfadada, que impresiona por su ambición sin antecedentes dentro de la literatura hondureña: atreverse a criticar, en son de broma –en plan de juego-, a la religión (esa rama de la literatura fantástica, según Borges) y, más específicamente, a los pastores de las sectas religiosas.
Pero a la par de su vena lúdica y agnóstica, esta opera prima de Giovanni Rodríguez como narrador (si bien había publicado antes dos libros de poesía: Morir todavía -2005- y Las horas bajas -2007-), traza una semblanza generacional de cierta juventud pensante de la costa Norte del país. Para ello se vale de los cuatro jóvenes integrantes del grupo denominado “Los Herejes”, cuya rebeldía iconoclasta les lleva a cuestionar al mundo tal cual es: ven por todas partes males a corregir y entuertos por enderezar y, como es natural, pretenden modelar la sociedad según sus propios ideales.
“Los Herejes” nadan contra la corriente de las convenciones, juegan heréticamente con los fundamentos de la fe religiosa, critican y se burlan de las impregnaciones de ésta en el tejido social hasta que deciden “pasar a los hechos”, a la hechicera praxis, habida cuenta de que la misma echa mano de medios materiales cuando ya no basta la mera convicción ni la teoría pura.
Para ello, tras varios episodios de provocación y escándalo, intentan secuestrar al verborrágico Satanael Aguilar, pastor de una iglesia evangélica, denominado el “apóstol” por sus feligreses, alrededor del cual gravita un clima de veneración santurrona e insulsa. Proyecto de secuestro que no busca intereses económicos sino apenas darle un escarmiento al mercantilizado “embaucador de almas”.
Pero es más, Ficción hereje para lectores castos no sólo enfoca las arremetidas de esta banda de soñadores contra uno de los bastiones del orden moral sino que teje tramas de variada suculencia al detenerse en las relaciones amorosas de estos “buenos muchachos” (primer titulo tentativo de la novela), y explorar los pliegues del sexo y del amor o, mejor, abundar en su “educación sentimental” y sexual.
En efecto, los heréticos Wilmerio, Simón, Ricardo y Alfredo son objeto de asedio por parte de las mujeres, incluso, como Simón, desde temprana edad. Son ellas quienes toman siempre la iniciativa en los escarceos eróticos, y los muchachos no hacen sino reaccionar frente a los avances amatorios del sexo femenino. El caso más extremo es el de Gladisita, quien no sólo inicia a un Simón de ocho años en los “juegos de manos” y de boca sino que, luego, cuando éste es ya quinceañero (y ella de diecinueve), lo reencuentra y arrincona cual “cazadora” con su “presa”, y hacen “el amor como Dios manda”.
El autor le dedica un capítulo a cada uno de los integrantes de “Los Herejes”, y establece un delicado equilibrio (o contrapunto) entre el grupo y sus miembros, sin desmedro de ninguno. Por medio de un sistema diríase de “muñecas rusas”, la novela pasa del cuarteto (del ente colectivo) a indagar en la biografía de cada uno de sus componentes. De un bosquejo generacional, de la camada, se pasa a una suerte de confesión existencial en el plano individual.
Cada uno de ellos, Wilmerio, Simón, Ricardo y Alfredo, posee sus propias motivaciones para militar en la banda, en una mezcla de convicción afiebrada y auto-ironía que desarrollan en sus papeles de jóvenes letrados e intrépidos.
El narrador a lo largo del relato es, según se dice, un joven que observa y le sigue los pasos a “Los Herejes”, como un detective que, además, intenta interpretar sus vidas. Así, incluso le informa al lector sobre las lecturas del cuarteto, y nos enteramos, por ejemplo, que en la lista de literatura erótica a la que es aficionado Simón, se incluye Las virtudes de Onán, en un guiño de complicidad con Mario Gallardo.
A propósito de éste, hay que decir que así como en ese libro (y más concretamente en el relato “Noche de samba bárbara”), rescata como protagonista a Heimito Kunst, personaje de Los detectives salvajes, la novela canónica de Roberto Bolaño, y le infunde una prórroga de vida (aunque fugaz) en Honduras, Giovanni Rodríguez también registra en su radar a Heimito a su paso por Copán Ruinas (aunque sin mencionar al austriaco por su nombre), y hace que sus herejes, en desbandada tras el secuestro frustrado de Satanael Aguilar, se topen con él en medio de una nube de marihuana. Extrapolación de otra extrapolación literaria (léase “rizar el rizo”).
Y es que al final de Ficción hereje… hay un Flash back (post-scriptum) que actualiza al lector sobre las correrías del cuarteto, una vez fracasado el plagio del “apóstol”. Pues, como cabe esperar, los confabulados huyen de San Pedro Sula, ciudad que, ya se vio, actúa a manera de escenario, por momentos gracioso, de la despreocupación e irreverencia de estos jóvenes cuyas lecturas y cultura literaria no les exime de una cierta ingenuidad en “esta periferia del mundo”. Inocencia salvaje que les hace incluso asombrarse de que su intento de secuestro al pastor pueda ser visto como un delito por parte de la policía, y no como una simple picardía o travesura anarquista de los “días de una juventud enfebrecida en la que todavía pensaba que podía ayudar a cambiar el mundo con mis acciones”.
Este tono más maduro del post-scriptum, que ve retrospectivamente las andanzas de los protagonistas, es una “vuelta de tuerca” donde el narrador confiesa, al final, que él es uno de los miembros del errático cuarteto y se comunicó con Giovanni Rodríguez para que éste organizara el material narrativo y lo publicara bajo el sello editorial mimalapalabra.
Así como en ese ejercicio intertextual de desdoblamiento autoral, Ficción hereje… se mantiene, en todo momento, ligera, graciosa, con un humor socarrón. Incluso los pasajes más dramáticos o reflexivos están matizados por bromas o sarcasmos brutales y directos.
Con esta novela, Rodríguez airea y revitaliza el lenguaje novelístico de Honduras, maneja con desenvoltura una forma inédita de narrar y, de esta manera, se incorpora a las corrientes literarias más vitales y renovadoras de la actualidad. Todo lo cual hay que celebrar y, a la vez, esperar que el dúo Rodríguez-Gallardo pronto se transforme en un cuarteto de “sampedranía”* o, como diría el “apóstol” Satanael en términos típicamente retumbantes, en los “jinetes del apocalipsis” narrativo en “este país tercermundista con nombre de abismo”.
El arte siempre depende de un principio de “selección natural”: la sobrevivencia de los más aptos en el plano creativo. Estoy seguro de que Giovanni Rodríguez, por su habilidad expresiva, estará al frente de esa desbocada cabalgata.
* Los demás miembros bien podrían ser Gustavo Campos, cuya novela corta Los inacabados ganó uno de los premios del Certamen literario 2006 “Premio Hibueras”, y Carlos Rodríguez, que ha publicado algunos de sus textos en mimalapalabra.
Quito, 22 de mayo del 2008.
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